Agarro la escoba, lleno un balde con agua y saco de la bolsa mi trapo recién comprado. Estoy en proceso de limpieza. Definitivamente sale el sol y la pintura termina de caer del todo. Con amor, nostalgia y el corazón alegre acaricio tu foto, la limpio con un trapito húmedo. Suavemente. Tan suave como debí de haberte acariciado y no lo hice. Porque no pude en aquel momento.
La tela repasa una carpeta de tapa transparente con un millón de palabras impresas que en este tiempo no podría haber leído. Ahora sí. La nenita de la foto está feliz y sucia. Esa conjunción que en secreto perdura. Que ojalá nada agote. Esa que ahora puede decir con palabras que a la hora de comer abre grande la boca y se traga una hamburguesa completa con papas y todo. Aunque ya no se manche la remera.
Leo una que otra carilla. Al azar. Las últimas dos hojas están bautizando una Belén que dejaba de ser Astrid para convertirse en Begonia. Luego Begonia Lorraine. Luego Begonia Loverraine.
Una fábula que terminaba en una boda y en una fiesta con un búfalo como invitado especial. Un casamiento entre una tigra de selva y una gata de campo. Y cuando llega el búfalo la tigra se relame. La gata sigue allí en éxtasis frente a su plato de leche. En paz. Si le pedís convida.
La nena está feliz ahora y ¿sabés una cosa? yo deseaba eso. Más que una fábula. Pero éramos felices en nuestro hogar de letras. De ESAS LETRAS, las que tantas veces reencontramos sin más.
Será por eso que cuando una de las dos espía por la ventana del hogar de las letras que la otra construye, dan tantas ganas de entrar. Sé que entendés que no hablo de certezas ni de hechos. Hablo del deseo de un hogar que te nombre, y de la tentación de entrar, de visitar siquiera el cuerpo y la voz de aquella letra. Aunque luego no podamos quedarnos ahí.
Guardo la carpeta de la tigra y la gata con otra que tiene textos míos viejos y otra con el cuento que alguna vez terminaré.
Entonces llega la noche y como ahora la nena de la foto está en otro mueble. Precisamente en la biblioteca, bajo los textos suyos, míos, de Alejandra, de Silvina, de Juana... Ya no me mira fijamente mientras me duermo, como cuando estaba en la mesa de luz. Pero igual la intuyo. Y duermo feliz porque es una niña hermosa y me dió mucho amor, tanto que aun me da empujones calle arriba cuando me distraigo por el camino.
/como ahora que tengo tantas ganas de caminar y llevar en mis manos una cala blanca con un nuevo hogar, con más palabras que me nombren y te nombren y las nombren a ellas. Y recuerdo que alguna vez vos iniciaste ese hogar para tantas mujeres artistas que caminan solas/
Mañana voy a caminar Prosa, ahora estoy a punto de quedarme dormida. En paz. Con la nena del patio de la casa de la abuela. Con migo misma.
Te quiero, te tengo en el corazón.
Begonia la de Bengala.