martes, 28 de agosto de 2007

Retazos

Quería rescatar esas palabras que ya nadie usa, el vocabulario de la costura de una clase media en cierta época, la de mi infancia. Había entonces el esmero del detalle, de hacer un tailleur, pero que las mangas cayeran perfecto, justo así, y que las sisas y que la pinza, y qué sé yo. Yo oía todas estas palabras, las decían mi madre y mi tía, que cosían mucho. Y juré que no iba a coser nunca y no cosí, pero me fascinaban esas palabras...
Mi madre tenía un cajón de retazos. Iba a una tienda, La Exposición, que quedaba en Santa Fe y Libertad, y tenía su vendedor que le avisaba cuando había liquidaciones y le contaba lo que había, de algún género, de una sarga o de un gros. Ella le decía: ¿Me los aparta?. Y después iba a comprar esos géneros rebajados o retazos. No se sabía para qué los compraba
, pero los ponía en un cajón de retazos que a mí me fascinaba.
Sylvia.



Géneros rebajados y retazos acerca de Sylvia Molloy, Flora Alejandra Pizarnik y Silvina Ocampo.


Un viernes (mediando los años 60) a las 24 horas, Alejandra escribe a Sylvia desde Miramar:


Ma Chère S., hoy cometí mi primer acto heroico. Fui a la playa. Pero no estoy tranquila, no estaré tranquila hasta que no escriba como yo deseo sobre lo que deseo y de la manera que deseo. Estos deseos son más fuertes que mi sentido erótico y mi sentido del humor. De todos modos escribo poco y mal. A causa de ello dibujo un poco, pour me réchauffer un peu, para invitar al Gran Silencio a posarse en mi memoria. Decíme pronto si vendrás. Envié sendas cartas a las Hamadas Olga e Yvonne de modo que si venís llamálas por si desean también venir.
Exhaustivos abrazos, querida amiguita, y más aún.
Alejandra.


Silvina, a escondidas de Adolfito, su esposo que no reparaba en sus letras, ni en sus amigos y amigas que ella recibía en su cuarto. Sola. Escribía. Poemas, cuentos. Bajo la sombra.
Estos son fragmentos de una carta que alguien encontró en el segundo cajón de la cajonera de Silvina, un martes por la tarde. Ella escribía a una tal Alba:

¿Cuánto tiempo hace que no pienso en otra cosa que en ti, imbécil, que te intercalas entre las líneas del libro que leo, dentro de la música que oigo, en el interior de los objetos que miro? Ningún amante habrá pensado tanto en su amada como yo en ti. Recuerdo siempre tus manos levemente rojas, y la piel de tus brazos oscura en los pliegues del codo o en el cuello como arena húmeda. «¿Será suciedad?», pienso. Después de nuestra infancia, que transcurrió en un colegio que fue nuestra prisión donde nos veíamos diariamente y dormíamos en el mismo dormitorio, podría enumerar algunos furtivos encuentros: un día en el andén de una estación, otro día en una playa, otro día en un teatro.
Alba Cristián. Tu nombre semejante también a un círculo me pareció venenoso. Aquel día, al verte, una trémula nube envolvió mi nuca, mi cuerpo se cubrió de escalofríos. Felizmente hacía calor y salí al balcón. «Quiero mi soledad, la quiero con mil caras impersonales.» Te miré y a través del vidrio que reverberaba tembló tu cara de piraña como en el fondo del agua. Estás en mí como esas figuras que ocultan otras más importantes en los cuadros. Después de haberte saludado con una inusitada amabilidad te invité a tomar té. Aceptaste. Te dije que en mi casa había pintores. Sugeriste felizmente que sería mejor ir a tu casa. En el momento en que prepares el té y lo dejes sobre la mesa fingiré un desmayo. Irás a buscar un vaso de agua que yo te pediré, entonces echaré en la tetera el veneno que traigo en mi cartera. Entonces te internarás en un jardín semejante al del colegio que era nuestra prisión, un jardín engañoso, cuidado por dos estatuas, que tienen dos globos de luz en las manos, para alumbrar tu soledad.
Inextinguible.

Sylvia escribía en la revista Sur con Victoria, hermana mayor de Silvina. Segun Sylvia, Victoria era "aterradora". Parece que la primera vez que estas damas se cruzaron en el escritorio de otro de los integrantes de esa revista, Pepe, Victoria estaba enojadísima buscando al culpable de la desaparición de unos libros y entró sacada a dicho cuarto dónde Sylvia esperaba para conocerla. Pepe intentó presentar a la joven estudiante de letras Sylvia:

-"...la señorita".

-"Me importa un carajo la señorita". Y Victoria salió dando un portazo.

Mientras tanto, en algun cuarto del palacete. Silvina terminaba de vestirse, tomaba su cuaderno y partía sin que nadie la notara al otro lado del bosque, a encontrarse con Alejandra.

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Próxima entrega. Taller de costura. Estas tres mujeres se encontrarán, se unirán, quizá en el departamento que la familia Pizarnik tenía en Miramar en aquel verano de 1965. Quizá por estas calles de París, se encuentren.



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